domingo, 3 de julio de 2022

EL TEJEDOR DE LA VENTANA - Cuento - Resumen Corto

 



EL TEJEDOR DE LA VENTANA

Cuento



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Hace muchos años vivía en una las islas Shetland (próximas a Escocia), una niña coja, llamada Grete. Su casa, construida con toscas tenía tan sólo una ventana, estaba situada a la orilla de un o lago de agua salada, que se internaba bastante en tierra firme.

El techo de la casita se hallaba de verde césped y en él hermosas flores de todas clases. Los trozos de la capa protectora sujetos entre sí con cuerdas de marinas, para evitar que fuesen arrastrados por los vientos, estaban amarrados fuertemente a algunas No había jardín, pero en cambio el suelo era un lecho de fina arena, abundante en conchas de varios a causa de que las olas rompían a poca distancia de la casa. En centro de la única habitación ardía el fuego; y como no había chimenea y el humo había de buscarse su salida, las paredes ofrecían un aspecto negruzco. Una ternera, varios cabritos

y algunos cerdos disfrutaban allí del calor en invierno; y como Grete y su madre eran pobres, su ajuar quedaba reducido a una mesa donde hilaban la lana del ganado, y con la que hacían medias y ropas para los pescadores.

En días de verano, la isla parecía con frecuencia un país de hadas; y Grete, sentada a la ventana con su rueca, dejaba vagar su soñadora mirada recordando los paisajes en las invernales tempestades. Mas en ocasiones sentía miedo, pues no olvidaba que el mar embravecido había sido en otro tiempo el causante de la muerte de su padre y de su propia cojera, que le impedía tomar parte en los juegos de sus compañeros. Grete llegaba a pasar hasta varios días enteros echada en la cama, sin apenas poder moverse y sufriendo horribles dolores, que a veces le hacían derramar lágrimas.

Un día en que el mar se hallaba muy agitado y las olas salpicaban la ventana, empañando los cristales, Grete, cuya pierna le producía grandes molestias, se encontraba acostada en el lecho; sus dedos, perezosos aquel día, no trabajaban y, abstraída, fijó de repente la atención en una araña que empezó a tejer su tela en un rincón inmediato a la ventana. La araña, después de varias evoluciones, llegó, poco a poco, a terminar una especie de rueda con abundantes radios que se entrelazaban como una urdimbre en el centro de la misma, y a cuyo alrededor comenzó a trazar vueltas con suma rapidez.

De pronto le pareció a Grete que la araña se agrandaba y que su tela llegaba a cubrir la ventana, volviéndose blanca como la nieve. Le pareció después que la araña se transformaba lentamente hasta quedar convertida en un hada que, a su vez, se convirtió en un hombre pequeño y extraño, cuya cara tenía un color sumamente raro. Aquel hombrecillo, inclinando su diminuta cabeza hacia ella, exclamó con encantadora dulzura:

—Mírame, Grete, y aprenderás a hacer tejidos de punto.

Miró ella, maravillada; y vio que, efectivamente, lo que iba tejiendo el hombrecillo era lana blanca y fina, que crecía muy aprisa bajo los dedos menudos y agilísimos del extraño y diminuto personaje.

De este modo aprendió nuestra pobrecilla coja a hacer aquellos preciosos dibujos con gran rapidez, observando que de vez en cuando el misterioso personaje volvía su cabeza sonriendo.

Súbitamente se abrió de par en par la puerta de la habitación, con gran sorpresa de Grete, a cuya vista apareció entonces una araña auténtica, y una tela como las que se ven todos los días. Además, la araña no trabajaba, sino que, acurrucada en una hendidura de las piedras del muro, parecía hallarse contrariada de no poder continuar su obra; ello se debía al hecho de que algunas gotas de agua, filtradas a través de las rendijas se habían depositado en la tela, impidiendo su elaboración.

—Madre! — gritó—. Has asustado al geniecillo, justo en el momento en que yo aprendía cómo se hacen los puntos finos....

—,Qué ha soñado la señorita de las algas? — preguntó su madre, incréduia —. Me siento fatigada, pues ha sido hoy un día de trabajo duro.

Y, acto seguido, se sentó cómodamente, no dándole importancia al hecho de no haber contestado a Grete. Esta de nada se dio cuenta en aquel momento, pues sólo pensaba en no olvidar el maravilloso dibujo que de modo tan extraño había aprendido.

Toda la noche soñó con él, y tan excitada y nerviosa se hallaba que, al amanecer del día siguiente, sin apenas desayunarse, emprendió su tarea ayudada por su madre, que le escogió la lana más blanca y fina. Aquel día no le resultó el trabajo tan pulcro como ella deseaba, sucediéndole lo mismo al segundo, pero al tercero ya se adivinaban en su rostro señales de satisfacción, que en los días sucesivos fueron acentuándose, al ver que su labor ya se asemejaba, por fin, a la que viera en sueños. Poco a poco, mientras su rueca giraba, le pareció oír la voz del geniecillo, que le decía:

—Grete, prueba otra vez!

Y esta voz se dejaba oír precisamente cuando ella sentía desfallecer su ánimo por no recordar bien el procedimiento soñado.

Entonces, Grete volvía sus ojos a la tela de araña, que se presentaba bajo la forma de animado dibujo. Grete estaba persuadida de que el gnomo la ayudaba en su bella obra, al percatarse de que nunca había salido de sus manos una lana tejida tan finamente.

No tardó mucho en llegar hasta los vecinos la fama de la obra de Grete, acudiendo en tropel un sinfín de personas para contemplar el maravilloso chal que parecía hecho de encaje; y los vecinos hicieron correr la noticia, que llegó hasta los oídos de una gran dama que habitaba en Lerwick, de forma que ésta sintió deseos de comprobar si era cierta tanta belleza. Para ello envió un mensajero a Grete, a fin de que le entregase el chal y lo llevase a su presencia. A la pobre cojita le dolió muchísimo desprenderse de su obra, pues ya se había encariñado mucho con ella. Pero la madre la tranquilizó, explicándole que para ellas representaba un gran honor satisfacer el deseo de la señora. Así, pues, el mensajero partió para Lerwick, llevándose la preciada labor.

Algunos días después, vio Grete que navegaba por el lago una barca de blanca vela, y comprobó que se dirigía hacia su casa. Poco después desembarcó una señora que le pidió toda clase de detalles sobre su labor, lo que hizo con tal amabilidad, que a Grete se le desvaneció el temor que en un principio la sobrecogía, y explicó minuciosamente a la visitante la forma cómo había llevado a cabo su obra. Se despidió cortésmente la señora, tras recompensar a Grete con una moneda de oro. Huelga decir lo muy satisfecha que quedó la cojita, por cuanto era ésta la primera moneda de tan precioso metal que se veía en su casa y aun en aquella isla.

Como es natural, todas las mujeres del país quisieron aprender las labores de Grete, quien sintió gran complacencia en enseñar a cuantas quisieron el procedimiento que producía monedas de oro. Y así, no sólo para Grete y para su madre, sino para todos los isleños vinieron mejores días, porque sus trabajos fueron muy buscados y utilizados.

Así es como llegaron a ser tan célebres las mujeres de Shetlandia en la confección de chales, de suerte que éstos parecen ser de encaje no obstante confeccionarlos sin reglas ni dibujos. Verdaderamente están elaborados con tanta habilidad, que no han podido ser imitados por gentes de otros países; y esto se comprende, pues no pudieron gozar del favor de genio alguno que las enseñase, como lo había hecho, hace mucho tiempo, el amiguito de Grete.

 












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Bibliografia:

Enciclopedia Moderna, Enciclopedia Britanica® 2011
Nueva Enciclopedia Tematica Grolier 2012
Enciclopedia Microsoft® Encarta® 2009.
https://www.ecured.cu 
www.wikipedia.org
 Enciclopedia de Conocimientos Fundamentales - UNAM - Siglo XXI
El Nuevo Tesoro de la Juventud, Tomo III, Ed. Cumbres 1976
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