LA RANA ENCANTADA – Versión 1970
Cuento
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Hubo una vez un rey cuyas hijas eran muy hermosas, pero la menor lo era mucho más que sus hermanas.
Cerca del castillo real había un bosque grande y sombrío, y bajo un viejo tilo un estanque.
Cuando hacía mucho calor la hija del rey iba al bosque, se sentaba a la orilla del estanque y se entretenía, a veces, jugando con una bola de oro como si fuese una pelota.
Sucedió una vez que, al tirar en alto la bola de oro, no fue a parar a sus manos sino al suelo y, rodando, cayó en el agua.
La princesa la siguió con los ojos, pero la bola desapareció. El estanque era tan hondo, que no había esperanza de recobrarla. Entonces comenzó a llorar sin consuelo.
En esto oyó una voz que decía:
¿Qué tienes, hija del rey, que llo ras de un modo capaz de enternecer a una piedra?
La joven miro en torno suyo para ver de dónde salía la voz, y vio que una rana asomaba por el agua la cabeza.
¡Ah! ¿Eres tú, vieja rana? le dijo . Lloro por mi bola de oro, que se me ha caído en el estanque.
No llores contestó la rana
yo puedo ayudarte; pero, ¿qué me das si te devuelvo tu juguete?
Lo que quieras, querida rana
le dijo : mis vestidos, mis perlas y piedras preciosas. Hasta la corona de oro que llevo puesta te la daré con gusto.
No quiero tus vestidos, ni tus perlas, ni tus piedras preciosas, ni tu corona de oro; pero si quieres tenerme contigo como amiga y compañera en tus juegos, sentarme a tu mesa, darme de comer en tu plato de oro, de beber en tu copa y acostarme en tu lecho, bajaré al fondo del estanque y te traeré la bola de oro.
¡Ah! dijo la princesa . Te prometo todo lo que quieras con tal de que me devuelvas la bola.
Ante tal promesa la rana hundió la cabeza en el agua, bajó al fondo del estanque y poco después apareció llevando en la boca la bola de oro y la arrojó sobre la hierba.
La hija del rey, cuando vio su hermoso juguete, lo tomó loca de alegría y echó a correr con él.
¡Espera, espera! le gritó la rana . ¡Llevame contigo, yo no puedo correr tanto como tú!
Pero de nada le sirvio gritar, porque la princesa no le hacía caso; corrió hasta el castillo y muy, pronto olvidó a la pobre rana, la cual tuvo que volver a su escondrijo.
Al día siguiente, cuando estaba sentada a la mesa con el rey, su padre, y los cortesanos, mientras comía en su plato de oro, oyó que alguien subía por la escalera de mármol de palacio. El que llegaba llamó a la puerta y exclamó:
¡Hija menor del rey, ábreme!
La princesa se levanto para ver quién preguntaba por ella, y al abrir vio a la rana. Cerró la puerta con rapidez y se sentó de nuevo a la mesa muy inquieta y asustada.
El rey, al notar la agitación de su hija, le preguntó:
Hija mía, ¿qué tienes? ¿Hay en la puerta algún gigante que venga por ti?
¡Ah, no! contestó . No es ningún gigante; es una rana muy fea.
¿Qué quiere de ti la rana? ¡Ay, amado padre! Cuando estaba ayer jugando en el bosque junto al estanque, se me cayó al agua mi bola de oro. Mientras lloraba, la rana me la subió, después de haberme exigido que le ofreciese ser su compañera; pero nunca creí que pudiera alejarse del agua. Ahora ha salido y quiere entrar en palacio.
Por segunda vez llamó la rana, diciendo:
¡Hija menor del rey, ábreme!
¿No recuerdas lo que me dijiste ayer junto al estanque? ¡Hija menor del rey, ábreme!
Entonces dijo el rey:
Lo que has prometido debes cumplirlo: ve y abre.
La princesa abrió la puerta y entró la rana, que acompañó a la niña hasta su silla. Luego se sentó en el suelo y dijo:
¡Levántame!
La princesa vacilo, hasta que se lo ordenó el rey. La rana saltó de la silla a la mesa y dijo:
Ahora acércame tu plato de oro para que comamos juntas.
La rana comió mucho, pero la niña no pudo probar bocado.
Al fin dijo la rana:
Estoy fatigada: llévame a tu alcoba y prepara tu cama de seda para que durmamos.
La hija del rey comenzó a llorar, tenía miedo de la rana, que quería dormir en su hermoso y limpio lecho. Pero el rey se incomodó y dijo:
No debes despreciar a quien te ayudó cuando lo necesitabas.
Entonces la princesa tomó con dos dedos a la rana, se la llevó y la puso en un rincón.
En cuanto estuvo la niña acostada en la cama, la rana se acercó saltando y le dijo:
Estoy cansada. Quiero dormir tan cómodamente como tú: súbeme a la cama, o se lo digo a tu padre.
La princesa se incomodó mucho; agarró a la rana y con todas sus fuerzas la tiró contra la pared, diciendo:
¡Ahora descansarás, rana asquerosa!
Pero cuando cayó al suelo, la rana se convirtió en un príncipe.
Ante el asombro de la princesa, él le contó que había sido encantado por una mala hechicera, y que el hechizo sólo podía destruirlo una princesa muy hermosa, como ella, que se enojase con la pobre ranita encantada.
Con el tiempo los dos jóvenes se hicieron muy amigos. Y hasta llegaron a casarse.
Un día decidieron ir a vivir a las lejanas posesiones del príncipe.
Muy de mañana les esperaba una magnífica carroza tirada por ocho caballos blancos que llevaban hermosos penachos de plumas y tenían por riendas cadenas de oro; detrás iba un fiel criado del príncipe, llamado Enrique.
El sirviente se había afligido tanto cuando su señor fue convertido en rana, que se había puesto sobre el pecho tres barras de hierro, para que el corazón no se le saltase con el dolor y la pena.
Cuando hubieron andado algunas leguas el hijo del rey oyó como si algo se hubiese roto detrás de él.
Entonces se volvió y dijo:
Enrique, ¿se ha roto el coche?
No, señor; no se ha roto el coche, sino una barra de las que puse sobre mi corazón cuando estuvisteis en el estanque convertido en rana.
Por dos veces más oyó el príncipe el mismo ruido.
Y una tras otra se partieron las tres barras de hierro sobre el corazón del fiel Enrique, porque su señor era feliz.
El Nuevo tesoro de la Juventud, Tomo V , Cumbre, 1976
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